El panorama creativo de Oaxaca está dominado por tres o cuatro figuras tutelares masculinas, dependiendo del gusto de los observadores o del rigor estético con que se mire este paisaje: si la mirada atiende el interés estético, las figuras tutelares son tres: Rufino Tamayo, Rodolfo Nieto, Francisco Toledo; si predomina el gusto del observador, a esas tres figuras puede agregar la de Rodolfo Morales, y aun las de tres artistas fallecidos prematuramente, quienes en su truncada carrera han dejado lecciones creativas duraderas: Francisco Gutiérrez, Jesús Urbieta y Alejandro Santiago.

 

Salta a la vista en este repaso la ausencia de reconocimiento a figuras femeninas. Si bien el arte en Oaxaca nació desde la época prehistórica y se desarrolló con alta probabilidad en manos femeninas, ningún nombre de grandes creadoras se registra actualmente en la historia del arte en esa entidad mexicana. Quedan sin embargo, testimonios indiscutibles de la importancia de la mujer en la cosmovisión y la historia de los pueblos originarios de Oaxaca, por ejemplo, en la llamada Cueva del Rey Konk Oy, en la Sierra Mixe, se conservan misteriosas esculturas de mujeres que acaso fueron moldeadas por manos femeninas, en una tumba de la ciudad sagrada de Monte Albán fue desenterrada una de las obras más notables de la escultura indígena en cerámica: la Señora del Yelmo de Jaguar, efigie de una gobernante que ahora puede ser admirada en el Museo de Historia Regional de la ciudad de Oaxaca. Más recientemente de ese flujo de acreditada sabiduría autóctona, la figura de la chamana poeta María Sabina ejerce una influencia indiscutible en visiones artísticas de todo el mundo. Y sería una ligereza olvidad a la hija de una mujer mestiza del Istmo de Tehuantepec – Matilde Calderón-, adoptada como ícono de la feminidad tanto como del feminismo: la doliente pintora Frida Kahlo.

 

Recordando este linaje de las expresiones artísticas en Oaxaca, y en un momento de eclosión de las producciones artísticas en ese territorio, de entrada sorprende que ninguna figura femenina se coloque junto a los tres o cuatro máximos exponentes de las artes plásticas oaxaqueñas. Sin embargo, ese fenómeno de invisibilización de la creatividad femenina es fácil de explicar si se tienen en cuenta el avasallante machismo y la discriminación institucionalizada que subsiste en la cultura mexicana, con particular intensidad, en la sociedad de Oaxaca.

 

En un medio como el oaxaqueño el mercado del arte mantiene la hegemonía de sus protagonistas cerrando oportunidades a la competencia, este medio, por lo mismo, se halla despojado de opciones objetivas accesibles en otras entidades mexicanas para valorar el trabajo de creación estética (como la universidad y las academias de arte). En consecuencia, la obra plástica de las mujeres suele ser postergada en Oaxaca, cuando no completamente desechadas. Un repaso a las estadísticas (por ejemplo, a las cifras del Instituto Nacional de Estadísticas, Geografía y Informática) permite comprobar que oficialmente el número reconocido de creadoras en esta sociedad, asimismo, cualquier revisión a espacios galerísticos y museísticos de casi todo el estado arroja una desventaja numérica innegable en cuanto a exhibiciones en que predominen mujeres. Se pretende explicar esta minoría de muestras femeninas con argumentos de rigor estético, pero esta explicación resulta inválida por números s ejemplos de expresiones y exposiciones artísticas de hombres cuyo mérito técnico, intelectual y creativo es muy escaso, casi inexistente, pese a esto, esas producciones masculinas son privilegiadas en los principales espacios públicos de la capital oaxaqueña.

 

Este desbalance deja a las mujeres en desventaja en el competitivo medio artístico de Oaxaca. No importa si los obstáculos han impulsado a las mujeres artistas a prepararse mejor y a vencer toda clase de impedimentos sociales, laborales y culturales para lograr que su arte emerja a la vista, la desventaja para ellas subsiste y parece intensificarse en un tiempo en que el discurso oficial propaga la equidad de género como medio afín de, en realidad, ahondar la discriminación y falta de oportunidades para las mujeres en todos los rubros incluídos el de las artes.

 

Una estrategia que las mujeres artistas han desarrollado en Oaxaca para paliar las desventajas que afrontan, es el organizarse en colectivos de creadoras para generar condiciones en que sus obras puedan ser exhibidas de manera digna, en un marco museográfico que les asigne las mismas condiciones que a los artistas hombres se les brinda sin necesidad de que ellos las demanden. El inconveniente de estas iniciativas grupales han sido su corta vida en la mayoría de los casos, si se exceptúa el Grupo Guenda (congregado por la Oaxaqueña Ivonne Kennedy),  cuya existencia se remonta a 1999 y reúne periódicamente a un conjunto de artistas plásticas de muy diversas procedencias, vinculadas por su trabajo y residencia -permanentemente o por temporadas- en Oaxaca. En esa dinámica de organización grupal surge Manos Creativas en Movimiento, en el  cual cristalizan anteriores experiencias organizativas de pintoras, escultoras, grabadoras y fotógrafas. Sus integrantes son Liliant Alanís, Adriana Audiffred, Gloria Camiro, Nely Cruz, Claudia Daowz, Rocío Figueroa, Gilda Genis, Luna Ortiz y Gisela Sánchez.

 

De por sí, el número de integrantes de Manos Creativas en Movimiento Colectivo exige para el adecuado análisis de cada artista un espacios más amplio que el de esta presentación. Ceñidos, sin embargo, a esta oportunidad procedemos en orden alfabético a un breve comentario sobre estas creadoras. La mayoría han nacido en la década de 1970, aunque algunas de ellas nacieron en la década siguiente.

 

Liliant Alanís, pintora nacida en la ciudad de Salina Cruz, comenzó a ser conocida cuando obtuvo el primer lugar en gráfica de la Segunda Bienal del Pacífico de Pintura y Grabado “Paul Gaugin”, en 2001. Trabajando en el taller de Abelardo López desde 2010, la pintora desarrolló un interés particular por el paisaje. A diferencia de su mentor en el tema, Alaniz explora el realismo descriptivo en sus obras paisajísticas, cada vez que depura en técnica y detalles.

 

Adriana Audiffred surge de un medio imbuido en la historia del arte prehispánico debido a los estudios y realizaciones de su padre, dedicado a la restauración de piezas arqueológicas en la ciudad de Oaxaca. En su temprana juventud, partiendo de su experiencia como restauradora de piezas prehispánicas, esta artista explora toda clase de medios y soportes, desde el dibujo, la pintura y el grabado, hasta la escultura con diversos materiales y el ensamblaje de objetos encontrados. La evolución técnica y temática de Audriffred es difícil de sintetizar, pero un rasgo característico es una negativa a encasillarse en moldes previsibles, dada la formación arqueológica que recibió.

 

Nely Cruz Espinoza nació en Magdalena Apasco, población de canteros donde su padre, el escultor Adolfo Cruz Martínez, se ha convertido en un referente de la creación escultórica oaxaqueña. Académica en la Facultad de Artes Plásticas y Visuales de la Escuela de Bellas Artes, Cruz Espinoza sostiene en forma paralela su carrera como escultora en piedra, madera, metal y cerámica. Sus tareas como escultora de piezas cívicas le han permitido ahondar en el figurativismo para ir construyendo una expresión personal, en la cual delinea y configura formas que van desde el simbolismo hasta la reinterpretación de famosas efigies prehispánicas, sin olvidar incursiones en la talla abstracta.

 

Claudia Daownz es fotógrafa, originaria del puerto de Salina Cruz, en la porción oaxaqueña del istmo de Tehuantepec. Si bien su formación académica transcurrió en Puebla, su procedencia influye de manera determinante en la evolución de su estilo: de apego excesivo a los aspectos puramente estéticos de la imagen, hasta una notable madurez expresiva y temática en su reciente serie sobre Doña Elena, mujer zapoteca casi centenaria a quien la fotógrafa siguió en la etapa final de su existencia para sintetizar en cinco imágenes de sugestiva melancolía el tránsito de la vida menguante a otra dimensión de la existencia.

 

Rocío Figueroa nació en la ciudad de México pero sus raíces familiares están en Salina Cruz y en la región del istmo de Tehuantepec. Así su pintura inicial refleja con asiduidad los usos y motivos culturales de esa región oaxaqueña tan peculiar, que no es erróneo definir como la primera nacionalidad de quienes son originarios de esa zona geográfica. A lo largo de la evolución pictórica de Figueroa el autorretrato no es sólo un tema preferente, sino un medio para vincularse con el entorno recreado en cada obra.

 

Gilda Genis García tiene una doble formación, como fotógrafa y científica social. Originaria de la ciudad de México, eligió residir en Oaxaca desde la década de 1990 y en este entorno ha desarrollado su obra creativa. En esta entidad mexicana donde predomina la pintura al grado de casi ocultar completamente la práctica de otras artes plásticas, Genis acomete una doble ruptura con el medio, elige asimismo desligarse del carácter documental o testimonial de la fotografía que suele asignar este quehacer en la mayoría de las y los fotógrafos en Oaxaca.

 

Luna Ortiz, originaria de la ciudad de Oaxaca, es una artista joven especializada en gráfica, la cual combina con el arte textil en propuestas contemporáneas de gran eficacia expresiva. Sus obras tan pronto asumen la abstracción radical como el figurativismo más sintético, en piezas cuya virtud evidente es la conmovedora vinculación de elementos matéricos e iconográficos muy familiares que adquieren un nuevo sentido.

                                                                                                                                                          Jorge Pech Casanova

 

 

 

 

Creditos de Fotos,  Gilda Genis Garcia